De la Mancha a Japón en el siglo XVI. La historia de Fray Antonio de Critana

El barco se alejaba lentamente del embarcadero mientras el sol desaparecía en la bahía de Nagasaki en la triste tarde del 6 de septiembre de 1614. La nao portuguesa, con rumbo a Manila, donde se confinaban los misioneros no estaba preparada para este transporte. El provincial de la orden había previsto, tras el destierro decretado por el Tokugawa Hidetada, que vía Filipinas solo salieran entre ocho y diez personas. Los hechos se precipitaron y las difíciles circunstancias en las que se encontraban hicieron que se embarcaran treinta y ocho Jesuitas y seglares en un barco, ya de por sí, repleto de otros exiliados. No había sitio para todos; sabían que la travesía seria dura, tendrían que dormir en la cubierta del navío expuestos a las inclemencias de los cielos, soles y vientos.

Fray Antonio de Critana era uno de los jesuitas embarcados. Contaba con 66 años y había llegado a Japón hacía ya 30 años; su vida era aquel país. Tuvo que aprender su idioma, cultura y tradiciones. Tras un largo periodo de incertidumbre, ahora se veía avocado al destierro. Tenía el corazón atravesado por la congoja, únicamente su fe le permitía seguir adelante, la misma fe por la que era desterrado. Tal era su estado que pidió que le suministraran la extremaunción, acción a la que sus compañeros se negaron, lo querían demasiado y no podían permitirse su pronta marcha, había que llegar a Manila.

Asido a su mano se encontraba su buen amigo Francisco Calderón. Se conocían desde que ambos vivían en el convento de Siguenza, donde Antonio era novicio y Francisco aspirante. Francisco le susurraba al oído la historia de la peregrinación que ambos hicieron a pié desde Siguenza a Alcalá; de cómo tuvieron que pedir limosna y cargar con su hatillo como símbolo de pobreza, de cómo las tentación de abandonar habían rondado por su cabeza y cómo, gracias al ejemplo y consejos que Antonio de Critana le dió, acabaron la peregrinación juntos. No en vano debido al informe que hizo Antonio al Provincial, Francisco fue admitido en la Orden. El destino había querido que ambos acabaran en aquel confín del mundo, camino de Manila en una nao portuguesa justo 41 años después.

Francisco conocía bien los origines y vida de Antonio, la cual repasaba mentalmente. Este había nacido en Almodóvar del Campo, cuna del Maestro Juan de Ávila, en 1548. Sus padres, parientes del Maestro, desde joven le enseñaron el camino de la fe y los jesuitas, asentados en Almodóvar durante su niñez, despertaron una vocación que parecía venir preconcebida. Cuando tuvo edad suficiente pasó a la Universidad de Alcalá de Henares donde curso Filosofía. Tras acabar estos estudios comenzó los de teología, que interrumpió por su entrada en la orden. Finalmente los terminó destacando en teología moral, derecho canónico y liturgia. Ya integrado en la orden pasó siete años como ministro en la residencia que la orden tenía en Toledo.

Estando en Toledo comenzó a oír las historias evangelizadoras de Francisco Javier en Japón y su espíritu inquieto le hizo abandonar la acomodada situación que tenía en Toledo. Antonio puso rumbo hacia oriente, donde realmente sentía que sus hermanos lo necesitaban. Así el 10 de abril de 1584, cuando contaba con 36 años, junto con ocho compañeros se embarcó hacia Japón.

Su barco fondeo en el puerto de Hirado dos años y cinco meses después, en agosto de 1586, una dura y larga travesía para llegar a un mundo nuevo. Un mundo por conocer y una nueva vida le esperaba en aquella tierra. Nada mas llegar lo destinaron a la misión de Bungo, pero el avance de las trotas de Satsuma, el cual estaba en contra de los jesuitas, hizo que finalmente acabara en la ciudad de Yamaguchi. Allí comenzó a aprender el idioma local. El edicto de expulsión de Toyotomi Hideyoshi le hace cambiar nuevamente de ciudad. Fue superior de la orden en la ciudad de Hondo (Amakusa) y luego pasó a Kawachinoura. Una vez asentado y debido a sus conocimientos en teología y derecho canónigo, así cómo por su observancia en el cumplimiento de las reglas, fue nombrado en 1598 ministro y prefecto de la iglesia en el colegio de Todos los Santos de Nagasaki. Allí pasó 16 años, hasta que llego el edicto de Tokugawa Hidetada.

La persecución a los jesuitas había sido constante desde que llegó. Cada vez más personas se convertían al cristianismo y las autoridades locales veían este hecho con recelo. El edicto de expulsión definitivo lo firmo Tokugawa Hidetada en febrero de 1614, a partir de esa fecha la situación se hizo insostenible para los Jesuitas. Se comenzó a agrupar a los misioneros y a algunos seglares en Nagasaki, a la espera de la salida de las naos portuguesas que los llevarían a Macao y Manila. En marzo comenzaron a forzar a la apostasía a los cristianos y los martirios de seglares se hicieron frecuentes. A principios de septiembre de 1614, de forma desesperada, se embarcaron dejando aquella tierra Nipona. Unos 28 frailes se quedaron en Japón incumpliendo la orden de expulsión…

El barco continuaba su camino hacia Manila, tenían unas 5 semanas de viaje. El estado de Fray Antonio de Critana era cada vez peor. Por unos días mejoraba, pero al final volvía a recaer. Agotado por las penalidades que había vivido en los últimos meses y la dureza del viaje, tras recibir la extremaunción, muere el 28 de noviembre de 1614, cuando le quedaban menos de 30 leguas para llegar a tierra. Acababa de expirar y sus compañeros lo veían como un mártir. El capitán del barco ante la cercanía de la tierra y las peticiones de los compañeros se avino a permitir que el cuerpo de Fray Antonio llegara a tierra. Así pues, dispusieron su cuerpo en un cajón de madera y lo veneraron. Fue provisionalmente enterrado en el pueblo de Mariveles, prefectura Agustina Recoleta. Posteriormente fue trasladado a la Iglesia del Colegio de San Ignacio en Manila.

Antonio de Critana se destacó por su caridad. Sus conocimientos como teólogo, así como su carácter humilde y recto le hicieron ser recomendado al obispo de Japón Luis Cerqueira que le tuvo como consultor del obispado y juez de las causas matrimoniales, tema complejo de abordar en la sociedad japonesa del siglo XVI. Destacó como promotor de la cooperación de la orden jesuita con otras ordenes para la evangelización de Japón. Su proceso de beatificación se abrió el en Roma el 24 de mayo de 1901.

Hace unas semanas se estreno la película Silencio dirigida por Martín Scorsese. En ella se cuenta la historia de uno de los misioneros Jesuitas que se quedó en Japón tras decretarse su expulsión por Tokugawa Hidetada. Coincidiendo con este hecho nos ha parecido interesante buscar información y escribir esta entrada sobre la vida del Venerable Padre Fray Antonio de Critana, un almodovense que viajó a Japón en el siglo XVI, ejemplo de inquietud espiritual y personal, caridad e inconformismo. Todos los personajes y hechos contados están basados en las referencias bibliográficas. Como ultima aclaración indicamos que el nombre del Fraile aparece en algunos textos o webs como Antonio Francisco de Criptana o Antonio Francisco de Quintana.

Referencias:

Labor Evangélica, Ministerios Apostólicos de los obreros de la Compañía de Jesús. Francisco Colin.

Diccionario Apostólico de la Compañía de Jesus. Charles E. O’Neill

Vida del dichoso y venerable padre Marcelo Mastrilli

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